martes, mayo 01, 2012

Huérfana de abuelos

Tenía ganas de escribir. Pero no saber de qué es realmente un problema. Por eso elegí un tema arbitrario, de mi vida (vida culiá). De mi orfandad de abuelos. 
La madre de mi papá murió cuando él tenía ocho años. El padre de mi papá murió en el dosmil y algo. Yo se lo comuniqué a mi papá. Le dije: Papá una tía de Punta Arena llamó y dijo que tu papá murió. Chao. Mi familia siempre me molesta porque se lo dije como si nada, como un balde de agua fría. Yo habré tenido como unos 12 o 13 años cuando hice ese llamado, y la verdad ni me acordaba cómo era mi abuelo, ni de su cara me acuerdo. Quizás por eso no me tocó sentimentalmente y quizá por eso se lo dije como si nada. Como algo cotidiano. Ahora pienso y digo: Pero si la muerte es algo cotidiano. La vida está sobrevalorada diría mi pololo. En fin, la cosa es que no tengo abuelos vivos de parte de papá. 
La madre de mamá, mi abuelita, murió en el dosmildos. Este año se cumplen diez años de su muerte. Yo tenía once años cuando eso pasó. Me acuerdo perfectamente. Fue un día en que estaba en el colegio dando una prueba de matemáticas en quinto básico. En medio de la prueba viene uno de esos tíos que solían dar recados en el colegio y dijo: Vienen a retirar a Paz Oyarzún. Yo me extrañé mucho, no me solían ir a buscar, mis padres trabajan y eso de irme a buscar al colegio era cosa normal para otro niños, para mi no. En verdad no sabía qué pensar, no sabía si estar feliz porque primera vez que me iban a buscar en muchos años, o ponerme triste porque quizás algo malo pasó. Con esa turbulencia de pensamientos de niña-pendeja terminé una prueba de matemáticas, que por lo demás, me fue como el loli. Cuando salí de la sala de clases, bajé las escaleras y vi a mis papás, los dos, con la ropa del trabajo. Estaban mal, sus ojos estaban ojerosos (todavía me acuerdo de los ojos de mi mamá). Me abrazaron fuerte. Me llevaron a la camioneta. Fuimos a la casa de mi abuela y había mucha gente. La distribución de los muebles en la casa había sufrido algunos cambios: solo habían sillones y sillas; en el medio, donde solía haber un comedor y un televisor, ahora había un ataúd, alto, con unas ampolletas que simulaban ser llamas. Mi abuela estaba allí, dentro de ese ataúd, en el mismo espacio de su casa donde solía estar sentada viendo tele, ahora estaba acostada en un cajoncito y muy pálida. No quise llorar. Había mucha gente y me daba vergüenza. Había mucha gente que en mi vida había conocido. Habían tíos que en mi vida había visto. No hay que llorar dije, no pienso dejar que esta gente desconocida me vea llorar. No lloré ni una gotita. Tenía un atado de nudos en la garganta, pero no lloré. 
A mis primos chicos no les quisieron decir que mi abuela había muerto. No se lo dijeron hasta al otro día. No me acuerdo dónde los fueron a dejar para que no se dieran cuenta. Ellos vivían con mi abuela y no querían decirle que había muerto. Al otro día les dijeron, pero su ingenuidad de niños pequeños era en extremo. Cuando los llevamos a la casa dijeron: oh, que hay invitados ¿Por qué hay tantos invitados, mamá? Mi tía solo atinó a llorar. 
Mientras mis tías de parte de mamá estuvieron toda la noche en casa de mi abuela velándola, nosotros, los primos, nos fuimos a quedar a mi casa. Dormimos todos juntos en una sola cama, en la cama grande de mis papás. Dicen que cuando yo dormía me puse a hablar, a gritar, a llorar y decía: Abuela, no te vayas. No, no te vayas. Yo no me acuerdo de eso. Dicen que me tuvieron que despertar. Pero yo no me acuerdo de nada. 
Ese fue el único funeral de alguien querido al que he asistido y no llorado.
El padre de mi mamá murió cuando ella era una bebé. Fue cuando tenía dos años, dice mi mamá. Se cayó de un tractor, eran gente de campo. A los pocos días murió. No fue instantáneamente.  
Y así fue cómo quedé huérfana de abuelos. Aunque los verdaderos huérfanos son mis padres. 
Ahora a mis veinte años pienso y digo: quiero abuelos. Todo el mundo tiene abuelos. No he conocido a nadie con mi misma condición de orfandad abuelística. Desde que mi abuela murió y adquirí esta condición, creo que toda persona que sea mayor de sesenta la veo como mi posible abuelo/abuela.
Mi tía Alicia de Punta Arenas se fue a vivir un tiempo con nosotros, no me acuerdo qué año, pero yo habré tenido como unos 16 o 17 años. Yo la veía como mi abuela, aunque solo tenía 56 años en ese tiempo, creo. Pero estuvo con nosotros varios meses, y se fue imposible no verla como una abuela. Era cariñosa, hablábamos todos los días, almorzábamos juntos. Estuvo un verano y veíamos las teleseries de la tarde con ella. También una vez fuimos a la playa y le gustaba comer helados (aunque era diabética, igual se los comprábamos, era imposible decirle que no). Cuando volvió a Punta Arenas fue triste, ya me había acostumbrado en tenerla en la casa. Logró tener un tiempo muy corto de estabilidad y luego cayó al hospital de nuevo. Allí murió. Otra abuela que muere para mi. No pudimos ir al funeral. Yo creo que fue mejor así.
Ahora, veo como abuela a la señora Gloria. Ella es mamá de mi padrino de bautizo, el tío Polo. La verdad es que la veo como abuela desde hace poco. Cuando me quedo en su casa, me prepara comidita rica y me da colación para el día siguiente. Hablamos mucho, en verdad ella habla mucho. Pero igual es entretenida: es comunista ortodoxa, tiene una voz y unos ojos como de actriz de antaño, y lee mucho. Va las marchas estudiantiles. 
El otro día fui a la casa de mi tía en Renca. Es igual a mi abuela. Es igual a cómo la recuerdo. Ella tiene muchos hijos y nietos. Me gustaría ser su nieta pero soy su sobrina y la quiero como una tíaabuela. Me gustaría ir a quedarme a su casa como lo hace su nieta. Cocina igual que mi abuelita.


Paz, la niña sin abuelos. 

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